Limitaciones de la Hasbará.
Juegos de palabras aparte, el uso, no exitoso, por parte de Israel, de la fuerza como virtualmente el único instrumento de acción política, sumado a la descalificación en que se han colocado a sí mismos los voceros más formales de la posición israelí, han llevado al país al aislamiento internacional más aboluto de los últimos tiempos. Pareciera que el gobierno no lo entiende así y, a pesar de que parece asomar cierta tendencia a contemporizar con los reclamos de los gobiernos del mundo, inclusive los más amigos, y la opinión pública, Jerusalém persiste en reiterar su ya conocida línea justificatoria, expurgada de la más mínima capacidad de auto-crítica.
Contribuyen a ello seguramente el desborde de auto-elogio vociferante de algunas manifestaciones públicas en el mejor estilo de “Beitar Yerushalaim” y la orquestada campaña anti-turca, que obviamente no coincide con los intereses israelíes.
Y aquí entra en el cuadro la fallida santa “Hasbará”,
ayudando a limipar la mala propaganda, el lavado de cerebro, la burda demonización del sionismo & inutilizar los ataques vervales de quienes piensan diferente, por no usar otro adjetivo, idealización de conductas dificiles de defender en términos de razonabilidad.
Esta santificación de la hasbará, su conversión en presunta panacea que todo lo solucionará, ha demostrado en más de una ocasión su futilidad. sobre todo en paises hispanoamercanos Pero, tal vez por inercia, tal vez por incompetencia, tal vez por dogmatismo ideológico o político que no se rebajará jamás a admitir errores o a aceptar que hay otros caminos, el Israel oficial persiste en continuar con viejas y gastadas fórmulas, que tal vez convencen a los que creen que patriotismo significa cohonestar cualquier actitud que ensalza al país y denigra al resto del mundo pero no pueden convenceer a nadie en el exterior y a la opinión seria en el país.. Expresiones de esta línea de pensamiento son textos como “el mundo entero está contra nosotros”, “son todos antisemitas”, o “todos los que nos critican son terroristas”.
Se agrava esta orientación con una visible ola de anti-intelectualismo, con odio y desprecio hacia los “profesores”, con rencor contra aquella parte de la prensa, minoritaria, que asume posiciones críticas o pregunta demasiado. Toda comparación es odiosa pero es casi inevitable pensar en situaciones en otras partes del mundo en las que causó tanto daño el abuso del auto-ensalzamiento y la denigración del que piensa diferente.
No hay dudas de que la libertad de expresión sigue existiendo en el país y que está apenas limitada por la política editorial de quienes sólo piensan en los intereses comerciales de los medios que controlan o están expuestos a presiones políticas.
Los partidos políticos no están exentos de estas influencias. Es suficiente con observar el triste papel jugado en estos días por el parlamento israelí y la incapacidad de los partidos mayores de exhibir capacidad para un serio y profundo debate interno sobre la gravedad de la situación.
Puede ser que el gobierno deberá al final de cuentas sucumbir ante las realidades internacionales y tomar medidas que den alguna satisfacción a los requerimientos de potencias amigas y de la opinión pública. Mientras, seguimos con la “hasbará”, que sigue explicando cuan heroicos son los soldados que cumplieron órdenes y fueron agredidos, hasta qué medida los que intentan quebrar la negativa israelí a toda contemporización no son otra cosa que “idiotas útiles” utilizados por los terroristas y, desde luego, cuan ingenuos son los que tratan de detener a Irán con medidas de las Naciones Unidas u otras carentes de dientes y uñas. Esta línea de hasbará no toma en cuenta lo que dicen muchos verdaderos amigos de Israel, que vocean alarma ante el cansancio que evidencia la opinión mundial frente a la persistencia de actuar como si no hubiera un mundo que nos rodea cuyas opiniones pueden tener alguna importancia.
Hay, es cierto, algunas brechas en el frente político interno y quizás ellas engendren algún reajuste. Pero la constelación partidaria no es alentadora. Las dos fuerzas que podrían determinar un cambio -Kadima y Avodá- están divididas, no tienen líneas claras de pensamiento y acción y no parecen encaminadas a producir tal reajuste. Queda la posibilidad de que el primer ministro mismo, secundado por algunos de sus asesores más equilibrados, cause un vuelco en la situación, adoptando una línea más pragmática y razonable. Lo que no parece probable es que la respuesta la de la ciudadanía misma, en la que se percibe claramente la debilidad de los sectores moderados que desean hallar una salida que permita, por usar el título del editorial de un diario influyente, “liberarse del cerco”.
Un cambio de política y de comportamiento parece indispensable. No se lo puede sustituir ni con “más fuerza” ni con “más hasbará”. Solamente con más sentido común y comprensión de la realidad