
Galapagar, 15 de abril de 1931. La reina de España rumbo al exilio. Entre la comitiva está el Duque de la Victoria, obsesivamente convencido de que todo lo que está sucediendo es obra de las oscuras maquinaciones de un Gobierno Oculto judío.
15 de abril de 1931. Afueras de Galapagar, a 35 kilómetros de Madrid. Un grupo de coches se ha detenido en el arcén. Sus ocupantes han hecho un alto en el camino para descansar. Se han adelantado en el horario previsto y tienen tiempo de sobra. En una piedra está sentada la reina de España Victoria Eugenia de Battenberg, fumando un cigarrillo. El día anterior su marido, Alfonso XIII, ha salido de Madrid en dirección al puerto de Cartagena para embarcar en el crucero Príncipe Alfonso rumbo a Marsella. La Familia Real espera reunirse en París. Atrás dejan un Madrid enardecido por la proclamación de la Segunda República al que está a punto de llegar un tren especial de exiliados. Y es precisamente por el temor a cruzarse con una masa enardecida, por lo que ha parecido más conveniente que la reina y sus hijos cojan el tren rumbo al exilio en la estación de El Escorial. José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), fundador de la versión española del fascismo, la Falange, saca un martillo que lleva en el coche para marcar el lugar exacto donde se ha sentado la reina “porque quería recordar siempre con certeza el sitio en el que la bella reina de España se despidió llorando de sus últimos leales”. A José Antonio le acompañan sus hermanas, Pilar y Carmen. Un poco más allá se encuentra al General Sanjurjo (1872-1936), el Embajador de Inglaterra – país de origen de la reina – , el Conde de Romanones (1863-1950), hombre de confianza del Rey. Y cierran el grupo de acompañantes, entre otros nobles, los Duques de la Victoria. Él, Pablo Montesinos y Espartero, está obsesivamente convencido de que todo lo que está sucediendo obedece a un plan de un Gobierno Oculto judío que ha convertido España en su objetivo, como antes lo ha hecho en Inglaterra, Francia y la Rusia “judeo-bolchevique”. “Todas las Repúblicas son de origen judeo-masónico” – escribe el Duque en 1935 y prosigue: “se cita invariablemente a la Masonería, cuando la mayoría de las veces debiera decirse “El Gobierno Secreto u Oculto”, o el Mando Judío o judío masónico, porque verdaderamente la Masonería no es más que el medio del que se sirve el Gobierno Oculto (judío), para de este modo ejercer su poder en todo el mundo, sin comprometerse ni darse a conocer; la Masonería hace de intermediario entre la dirección y la ejecución”. No es el único que lo cree en aquella comitiva. Y lo cierto es que, con la distancia y la perspectiva que dan los años, podría afirmarse que además de la creencia en una conspiración, muchos de los miembros de aquel grupo formarían parte de ese núcleo perverso del que habla Slavoj Zizek para referirse a los homófobos; en su obsesión, para castigar a los homosexuales pueden llegar a violarlos, o sea, a cometer un acto homosexual. De la misma manera, José Antonio, Sanjurjo y el Duque de la Victoria, en su obsesión por la existencia de una conspiración imaginaria, llegaron a convertirse en verdaderos conspiradores. Sajurjo no tuvo inconveniente en ser director general de la Guardia Civil durante la República, y cuando fue destituido, llevó a cabo un fallido golpe de estado en 1932. Liberado por la derecha que triunfó en las elecciones de 1933 – y que usó el antisemitismo como parte de su propaganda electoral – se marchó al exilio en Portugal, desde donde inició contactos con la Italia de Mussolini para recibir el apoyo fascista para una nueva rebelión. Mola y Franco lo reconocieron como el líder de la revuelta de 1936. Murió en un conveniente accidente de aviación cuando se disponía a trasladarse a España para hacerse cargo de la jefatura de los sublevados contra la República en los primeros días de la Guerra Civil. Si no hubiera muerto, Franco nunca hubiera gobernado los destinos de España durante cuatro décadas, o la historia de España hubiera sido distinta. La Falange de José Antonio Primo de Rivera, es uno de los mayores fomentadores de la violencia callejera previa a la Guerra Civil. “¡Camaradas! – puede leerse en una de las proclamas de la Falange – “tienes la obligación de perseguir al judaísmo, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas”. Y en cuanto al Duque de la Victoria, se propuso poner en evidencia “la verdad”, la existencia de una conspiración judía y la veracidad de «Los Protocolos de los Sabios de Sión», las supuestas actas del Congreso Sionista de Basilea de 1897 en las que se describe un plan para dominar el mundo.

Lo particular en el estilo del Duque de la Victoria es que no escribe directamente sobre la situación española, sino que traduce, uno tras otro, diferentes artículos sobre la situación internacional y sólo en los pies de página añade notas al estilo de “Es lo que está sucediendo en España ahora mismo” o “es exactamente lo mismo que lo que presenciamos en España desde que tenemos gobiernos republicanos”. Pero las ideas siempre son las mismas; el Gobierno Judío está detrás de todo y los masones son sus peones. En España la masonería agrupó a muchos ministros republicanos. Pero en cuanto a judíos apenas hay presencia en España en ese momento y el conocimiento real que el Duque tiene sobre Judaísmo es nulo.
Fernando de los Ríos, el ministro que le niega el dinero que se le debe al profesor Yahuda desde hacía quince años, era masón, como otros cinco ministros del primer gobierno. La Masonería se convirtió en España en aquella época en una mezcla de moda y de oportunidad para medrar . Pero si alguien hubiera querido que, efectivamente, existiera un gobierno oculto judío que controlara los destinos de la humanidad en 1931, ese hubiera sido, probablemente, Ignacio Bauer. Y, en especial, su hermano, Alfredo. El Duque de la Victoria, como otros antisemitas, cita en varias ocasiones a los Rosthchild como instigadores, con su dinero, de revoluciones y guerras, y los dos hermanos eran los representantes de la casa Rosthchild en España. El Duque de la Victoria afirmaba que las tres cuartas partes de la prensa mundial estaba en manos judías, y en España en el momento del advenimiento de la República los Bauer tienen la mayor editorial de España, la C.I.A.P, con una cuota de mercado del 80%. De hecho, es la C.I.A.P la que lleva a cabo una edición de “Los Protocolos” por ser una obra de interés general de la que todo el mundo estaba hablando. Sin embargo, ya en 1929, Alfredo se dio cuenta de que algo no andaba bien en la editorial y retiró a su hermano de la dirección.
Entre 1934 y 1935 se produjo en la localidad suiza de Berna un juicio contra una organización antisemita suiza de inspiración nazi, el Frente Nacional, que estaban editando y distribuyendo la versión alemana de Los Protocolos. La Comunidad Judía de Berna y la Unión de Comunidades Judías de Suiza demandaron al Frente Nacional y al Partido Nacionalsocialista suizo. El proceso de Berna se convirtió en la oportunidad de demostrar ante los tribunales lo que hacía quince años que se había demostrado; que “Los Protocolos” eran un burdo plagio de una obra de Maurice Joly y que se habían intentado hacer pasar por las actas del Congreso Sionista de Basilea para convencer al Zar de Rusia de que los bolcheviques eran en realidad sólo judíos y Rusia no debía iniciar el camino de la democracia, sino todo lo contrario. El proceso fue largo y tedioso, y entre las rocambolescas argumentaciones de los nazis, cuando resultaba imposible no reconocer que “Los protocolos” eran un plagio de los “Diálogos de Montesquieu y Maquiavelo en el infierno”, dijeron que Joly, en realidad, había sido judío. No había absolutamente ninguna evidencia de antecedentes judíos en su familia, ni por parte de padre, ni por parte de madre. Pero puesto que su discurso funerario lo hizo un masón, había que deducir que Joly era judío. Y si no fuera suficiente, añadieron que un personaje de una novela de Theodorl Herzl, fundador del sionismo, se llamaba Joe Levy “y para obtener el apellido Joly basta con quitar la “e” de Joe y la “ev” de Levy, procedimiento que tiene un significado secreto para los judíos”. El 14 de mayo de 1935, el tribunal falló que el libro era un plagio y pertenecía a la categoría de la literatura indecente. El Duque de la Victoria, como la prensa alemana, no sólo no aceptaron la noticia como una derrota, sino como una confirmación de la teoría de la conspiración. ¿No serían judíos los magistrados? ¿No habrían sido sobornados por los Sabios de Sión para mantener el secreto? “¿Quién tendrá ese fallo por expresión fiel de la verdad?”.
Sin embargo, en 1937, cuando España estaba en Plena Guerra Civil, los acusados recurrieron y el Tribunal de Casación de Berna declaró que aunque los Protocolos “eran basura, cuyo único objetivo era el político de incitar al odio y el desprecio por los judíos”, no podían considerarse dentro de la categoría de literatura indecente. El tribunal se negó a conceder daños y perjuicios a los recurrentes puesto que “quien quiera difundir escritos infamatorios de la mayor grosería posible debe pagar sus propios gastos”. Esta vez los nazis anunciaron a bombo y platillo su victoria como evidencia del triunfo de la justicia, pero el Duque de la Victoria no dijo nada. Al menos, nada que haya sobrevivido hasta nosotros.
Si regresamos a aquella comitiva que despedía a la reina en Galapagar, rumbo al exilio podemos encontrar, en el apartado de las curiosidades, pruebas de algunas de las afirmaciones del Duque de la Victoria. En concreto, al igual que los nazis, se acusa a los judíos de estar detrás de la producción cinematográfica, especialmente, de la pornográfica, que fomenta los vicios para debilitar la moral. Era cierto que antes de esa fecha y de declararse la ruina, los Bauer tenían participaciones en cine e Ignacio fue productor de una adaptación de una zarzuela de Miguel Echegaray, “Gigantes y Cabezudos” (1926). En esos mismos años, en el barrio chino de Barcelona un hombre, en nombre de una personalidad que no quería revelar su verdadera identidad, contrató a prostitutas y otros personajes del bajo fondo para llevar a cabo unos cortometrajes pornográficos de alta calidad. En uno de ellos, como si se tratara de una confirmación de los Protocolos, los actores van disfrazados de curas y monjas. Pero aquel hombre no era ni judío, ni masón, sino el Conde de Romanones, y el productor que no quería revelar su identidad era el mismísimo Rey Alfonso XIII . Ese mismo rey que, «cuando por fin se acabe con los judíos y los masones «, «volverá a España para hacerla otra vez cristiana, próspera, respetada y feliz».
En cierta ocasión, Jean Paul Sartre dijo que nadie puede suponer que quepa escribir nunca una buena novela alabando el antisemitismo. Al menos, eso no ha sucedido hasta la fecha, y el caso del misterioso Duque de la Victoria, no es una excepción. No era novelista, es cierto, pero en sus “trabajos de divulgación” sobre los peligros de la judeo-masonería, no muestra el menor indicio de originalidad en sus planteamientos ni el más mínimo conocimiento de Judaísmo. Y lo cierto es que en la época en que publicó sus obras los “expertos” en el tema eran el inefable Luis Tusquets (1932) presbítero y catedrático de Pedagogía Catequética en el Seminario Conciliar de Barcelona, y el curioso Francisco de Luis (1935). Nadie le reconoció su labor de pionero. Las ideas, en todos los casos, siempre son las mismas y constituyen ese magma ideológico que sostiene el legendario “contubernio judeo-masónico-comunista” con el que Francisco Franco regaba todos sus discursos hasta sus últimos momentos y que aún goza de cierto crédito entre autores como Ricardo de la Cierva. Y pese a la machacona insistencia con que los generales nacionales hablaban en público, con taconazo y brazo extendido, del peligro de la judeo-masonería, exprimieron económicamente a los sefardíes del Norte de África, punto de origen de la rebelión militar. Mientras Franco negociaba préstamos con la Banca Hassan y la Banca Pariente, escribió de su puño y letra una carta al Consejo Comunal Israelita de Tetúan diciendo que no se preste atención a las emisiones antisemitas que se llevan a cabo por radio desde Sevilla. Es sólo propaganda.
Hoy “Los Protocolos”, con los comentarios del Duque de la Victoria están disponibles en Internet. En la cultura popular, los rastros de toda aquella literatura y, sobre todo, de las ideas que representan, siguen siendo muy populares al hablar de los Illuminati o los “enigmas” del 11-S. En palabras de Schopenhauer, el delirio, es un derecho público.