EL ANTISIONISMO ES EL SOCIALISMO DE LOS IMBÉCILES

por bajurtov

Los judíos y las moscas.


Pilar Rahola

Conferencia de la Unesco sobre la Tolerancia. Paris.
Por Pilar Rahola
Doctora en Filología hispánica y catalana. Columnista de El País y El Periódico, Premio Josep Casaniovas de Periodismo. Ex-Diputada del Parlamento de España. Ex-Vice Alcaldesa de Barcelona. Autora de libros como «Carta a un hijo adoptado» e «Historia de Ada».

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Hay tres cosas que Alá no debería haber creado: los persas, los judíos y las moscas». Leída así, la frase que Saddam Hussein obligaba a repetir a los niños de Iraq, suena a grotesca y, por supuesto, a bárbara. En nuestra civilizada y arrogante Europa nunca diríamos algo así: nosotros no tenemos nada contra los persas, ni contra las moscas. Diré más: las moscas son pesadas, pero conforman de tal manera el paisaje mediterráneo, que han acabado siendo entrañables. Y, por supuesto, los persas nos caen bien. De manera que podemos respirar tranquilos: con Saddam Hussein solo nos une el odio a los judíos.

¿Habrá sido ese odio el que ha llevado a tantos manifestantes a quemar banderas con la estrella de David, mientras gritaban consignas a favor de Saddam? ¿Será la judeofobia el lugar simbólico común donde árabes y europeos nos encontramos, nos reconocemos y nos gustamos? Y, ¿es esa misma judeofobia la que convierte a un déspota corrupto y violento como Arafat, en un resistente romántico? ¿La que transforma el nihilismo terrorista palestino, en una especie de nueva épica liberadora?

Sostengo, hoy y aquí, para desgracia de nuestro dual continente, capaz de crear para el mundo las bases de la democracia, y, al mismo tiempo, crear las termitas más activas que la intentaron destruir, el estalinismo y el fascismo, sostengo que estamos volviendo hacia nuestros propios demonios: hoy por hoy, sobre las bases del viejo antisemitismo exterminador que conformó nuestro pensamiento colectivo más profundo, estamos construyendo un nuevo, activo y perverso antisemitismo. «Un antisemitismo sin judíos», que diría Paul Lendvaï. El fenómeno se está elaborando en paralelo con dos actitudes complementarias, las dos igualmente suicidas, el antiamericanismo, y la indiferencia ante la aparición y consolidación de un nuevo totalitarismo, el integrismo islámico. Tres son, pues, las flechas que disparan hacia una misma dirección preocupante: la conformación de un pensamiento único europeo, capaz de movilizar las calles y las conciencias de Europa, y que se fundamenta en pilares destructivos. Lo más grave, desde mi punto de vista y desde mi propia militancia progresista, es que este pensamiento único es de izquierdas. De izquierdas es el nuevo antisemitismo europeo, disfrazado de antisionismo; de izquierdas es el panarabismo romántico que lleva a la minimización del terrorismo; y compartido con determinada derecha, de izquierdas es el feroz antiamericanismo que estamos padeciendo. Si estamos de acuerdo en que la izquierda es quien configura las ideas con prestigio de nuestra sociedad, y que son los intelectuales de izquierda los que son reconocidos como defensores del progreso, entonces estaremos de acuerdo en que tenemos un grave problema. Hablemos de ello, del nuevo antisemitismo y de las dos patas peludas que acompañan al monstruo.
Los nuevos antisemitas no se reconocen como tales. El antisemitismo es una expresión clásica de la extrema derecha, y, por tanto, la izquierda la aborrece y la niega. El paraguas del antisionismo, sin embargo, o directamente del antiisraelismo, son mucho más cómodos de llevar, paran bien la lluvia de la crítica y permiten un disfraz intelectualmente digerible. De Martin Luther King es esta frase pronunciada en 1967, en su «Carta a un amigo antisionista»: «Los tiempos han convertido en impopular la manifestación abierta del odio a los judíos. Siendo éste el caso, el antisemita busca nuevas formas y foros en donde poder instalar su veneno. Ahora lo esconde tras una nueva máscara. ¡Ahora no odia a los judíos, solo es antisionista!» 36 años después, la frase es más vigente que nunca, de manera que el antisionismo y la demonización feroz de Israel se han convertido en una obligación moral del pensamiento de izquierdas. Como si en el catecismo no escrito de la izquierda existiera un dogma inquebrantable: o eres antisionista, o no eres de izquierdas. Yo misma, en mi país, soy expulsada del paraíso de la izquierda, por parte de algunos gurús del dogma, cada vez que no practico el tiro intelectual al judío. Perdón, al sionista. Perdón, al israelí. ¿O no es todo lo mismo en la gramática antisemita?
El resultado es el que estamos viendo. En su plasmación más tangible, la dolorosa agresión que están sufriendo comunidades judías en diversos países. Desde vetos personalizados -podría explicar duras situaciones en España- hasta violencia física, como la que padecieron los judíos pacifistas en la ya famosa manifestación de París. Pero lo más profundo del nuevo antisemitismo se sitúa en el corazón de Tierra Santa y tiene a Israel como objetivo de tiro al plato. Israel es, hoy por hoy, una auténtica obsesión de la izquierda europea y el ejemplo más relevante de los tics fascistas que la izquierda puede presentar. Estas son mis acusaciones: manipulación informativa, criminalización de la legitimidad del estado de Israel, minimización de las víctimas judías banalización de la Shoá, e indiferencia -cuando no aplauso- ante los estragos terroristas del integrismo. Primero. Acuso a la izquierda de matar a la información a golpes de propaganda. La manipulación informativa de lo que ocurre en Oriente Próximo es tan burda y excesiva que pasará a los anales del periodismo como ejemplo de intoxicación de masas. ¿Cuántos principios del periodismo se quiebran en la información que la mayoría de «medias» europeos están dando? no control de las fuentes, tergiversación y manipulación de datos, burla al principio de objetividad, indiferencia ante lo que tendría que ser el anhelo de todo informador: la verdad. Ya sé que me dirán que la objetividad no existe, y menos en el periodismo. Pero, entre la objetividad pura y la subjetividad militante, hay un largo trecho que el periodismo serio podría recorrer. Y que, respecto a Oriente Próximo, no recorre. La gramática de este nuevo periodismo conforma el día a día de la prensa influyente de la Europa Occidental, y es tan poderosa que no se salva de ella ni la muy mitificada BBC. Una gramática con reglas precisas: no existen terroristas, sino milicianos; nunca existen víctimas judías; toda acción palestina es buena por naturaleza y, por supuesto, defensiva; toda acción israelí es sospechosa de criminalidad; no existen los verdugos palestinos; no existe la ingerencia internacional; no existe la corrupción de Arafat; por no existir, no existe ni su pasado violento; y, evidentemente, no existe la democracia israelí. El atentado diario que la información sufre en manos de la propaganda, con total impunidad, ni es casual, ni es espontáneo. Acuso, pues, a parte de la prensa europea de manipular, mentir y cambiar las pautas de la información en Oriente Próximo. Su neutralidad es, sin duda, una neutralidad pro-palestina. Segundo. Acuso a la izquierda de banalizar la Shoá, tema éste que no es, en absoluto, menor. Quedará escrito, en los murales de la vergüenza europea, la actitud de numerosos colectivos activistas, perfectamente visualizables en las manifestaciones pacifistas de estos días, y de muchos intelectuales de izquierdas, que han utilizado la tragedia del holocausto como arma arrojadiza contra Israel. El punto culminante de este desprecio profundamente cruel -lanzar contra las víctimas de la Shoá su propio martirio, es una forma de volver a matarlas- han sido las declaraciones de Saramago en Jenín. Al respecto, digo lo siguiente: Saramago ha sido el ejemplo más relevante de una afirmación inapelable, uno puede escribir como los ángeles y pensar como los demonios. En 1884 Auguste Bebel ya llamó a esto «el socialismo de los imbéciles». Pero no es solo una imbecilidad. El azar, tan extrañamente poético a veces, hace que esté escribiendo este párrafo justo ahora, cuando aún estoy bajo el impacto del Museo del Holocausto de Washington, que acabo de visitar. Como dice ese gran constructor de la memoria que es Claude Lanzmann, la Shoá es «la muerte del alma humana». Ante su recuerdo, ningún ciudadano del mundo puede ser indiferente. Pero, sobretodo, ningún europeo puede ser ajeno. Europa creó ese pensamiento único totalitario del cristianismo que convirtió todo un pueblo en deicida (Por cierto, después de oir las sandeces de Mel Gibson, supongo que no irán a verle nunca más al cine). Europa fue la Inquisición española, fue Lutero asegurando que los judíos eran «una plaga en el corazón de la Tierra». Europa fue la demonización, la persecución, la culpabilización y la muerte de lo mejor de su propio cuerpo, su alma judía. Europa fue el Vaticano y sus colaboraciones con los nazis. Ausschwitz no es una contingencia trágica de la historia. Una especie de perverso error. Ausschwitz es la estación final de un largo proceso de destrucción. Por ello no es exagerado asegurar que, siendo Europa tan profundamente judía, con la Shoá se destruyó a sí misma. Lo que queda hoy de Europa son los restos del naufragio. Un continente que, secuestrado por sus propios demonios, perdió la dignidad. Por eso banalizar la Shoá es algo tan brutal y perverso. Hacerlo, además, desde la izquierda, la que tendría que ser la vígia más rotunda de la justicia y la libertad, es un acto de traición. De traición a la memoria trágica de Europa. ¿Es el síntoma de un nuevo antisemitismo? Sin ninguna duda: minimizando el holocausto, se reduce la dimensión de la tragedia, se relativiza la culpa europea y lo judío vuelve a ser sospechoso, poderoso y peligroso. Ya no existe la víctima judía, existe el soldado israelí que mata niños en Belén, metáfora moderna del judío medieval que bevía la sangre de niños cristianos. Esa relación entre el judío medieval malvado y el malvado soldado israelí resulta placentera para la culpa europea. La izquierda establece esa relación incluso inconscientemente, de manera que podemos decir que la ortodoxia cristiana y la izquierda ortodoxa también cohabitan felizmente en el territorio inhóspito del antisemitismo. Acuso, pues, a la izquierda de traición a la memoria trágica de Europa. Tercero. Acuso a la izquierda de minimizar, justificar e incluso elogiar un nuevo totalitarismo que amenaza seriamente a la libertad: el nihilismo terrorista islámico. Los ejemplos son escandalosos: indiferencia ante atentados graves como la bomba de Amia en Argentina, o el atentado contra las Torres Gemelas, considerado, por parte de la izquierda, casi como responsabilidad americana a causa de su política exterior. Por supuesto, con culpa judía incorporada. La exaltación del terrorismo palestino como fórmula de lucha legítima, hasta el punto de considerar aceptable la inculcación, en la sociedad palestina, y globalmente, en muchas de las sociedades islámicas, de una cultura fatalista del odio y la muerte, cultura que es, sin duda, totalitaria. El buen amigo Marcos Aguinis llama a ello «un retroceso de la izquierda hacia la antimodernidad». Mientras perdona las bombas de Hamás o se manifiesta por las calles contra la intervención americana en Iraq, esa misma izquierda nunca se ha manifestado contra el integrismo que mató más de 4.000 personas en Nueva York, o contra el que ya lleva un millón de muertos en su guerra en Sudán. Tampoco he visto nunca una ONG que quiera enviar escudos humanos a las cafeterías de Tel Aviv. Hay una solidaridad selectiva, derivada de un maniqueismo perverso que convierte a los terroristas en víctimas, y a las víctimas en culpables. El integrismo islámico es el heredero natural de los grandes totalitarismos de la humanidad, el nazismo y el estalinismo. Como ellos es, fundacionalmente, antisemita, y, como ellos, presenta un cuerpo doctrinal basado en el terror, la anulación de todo principio de libertad y el expansionismo sangriento. También, como ellos, actúa ante la indiferencia y/o la complicidad europeas. Acuso, pues, a la izquierda de traicionar a la democracia perdonando al nihilismo terrorista. Nada nuevo, sin embargo, bajo el sol de una izquierda que se ha ido enamorando de muchos de los dictadores que ha dado la historia, Stalin, Pol Pot, Fidel, ahora Arafat. Huérfana de épicas propias, desconcertada con su maleta de sueños rotos, la izquierda mira hacia el mundo árabe buscando las resonancias de Lawrence de Arabia. Y se enamora de las guerras totales, de los cantos tribales de la revolución, quizás convencidos que entre el «revolución o muerte» del Che y el «viva la muerte» de Hamás no hay mucha diferencia. Buscan a Lawrence de Arabia y, para desgracia de todos, aún no ha descubierto que, con quien se ha encontrado, ha sido con Bin Laden. Y con ARafat, otro viejo autoritario, corrupto y sangriento. Acuso, pues, a la izquierda de no considerar a las víctimas del terrorismo, de no entender la amenaza que representa el nihilismo, de traicionar, con su ceguera, a la democracia. La acuso de llorar, solo, con el ojo izquierdo. Un ojo izquierdo que, hoy por hoy, es deliberadamente antisemita. ¿Pongo el bonito ejemplo del Forum de Porto Alegre o de Durban? Los residuos de las revoluciones frustradas del mundo hicieron allí su lindo aquelarre. ¿El objeto de deseo? Por supuesto, los judíos. Y es que la culpa judía siempre vende bien en los mercados de la demagogia. ¿Hoy es, pues, Europa más antisemita que antes? ¿Lo es en Francia? Hoy Europa y Francia están reinventando el antisemitismo. Lo reiventan algunos populismos de derecha con fuerte base católica, y lo reinventa la izquierda, dándole brillo y prestigio a lo que antes era pura retórica de extrema derecha. Ese nuevo antisemitismo trabaja adecuadamente el olvido y banaliza la Shoá sabiendo que el olvido siempre es una opción. De hecho, olvidarse es tener buena memoria. Sin duda, la izquierda europea tiene una muy buena mala memoria. Y, con el olvido bien asentado en la ideología, olvida también las causas de la creación del estado de Israel, convierte su legitimidad en sospechosa y criminaliza sus actos. Israel es, quizás, uno de los estados cuya creación tiene más base moral de cuántos estados existen. Sin embargo, es el único estado del mundo que cada día tiene que pedir perdón por existir. Sin ninguna duda, pues, acuso a la izquierda de poner en cuestión la legitimidad del estado de Israel. De ahí que sus actos sean considerados, por naturaleza, culpables. ¿No tiene que ver, con ello, la actitud ciega del Parlamento Europeo, indiferente al uso que l´ANP hace del dinero público europeo? ¿Cómo es posible, me pregunto en nombre de la democracia, que sea dinero europeo el que financie las escuelas del odio donde los niños palestinos son adoctrinados en el fatalismo suicida? Siendo indiferentes somos, inequívocamente, responsables de secuestrar la tolerancia y la modernidad, y de permitir que se encadene en una espiral de odio, impotencia y venganza, a generaciones enteras de palestinos. Lo permitimos, lo financiamos y hasta lo justificamos. Lo cual nos retrotrae nuevamente a la historia. ¿Recuerdan a Hermann Broch?: la indiferencia, esa forma de violencia. Y ello pasa porqué el odio a los judíos no levanta ampollas en la fina piel europea. Fuera odio a los católicos, a los protestantes, a los homosexuales, a los ciudadanos negros, pero a los judíos. ESTE ES EL NUEVO ANTISEMITISMO: El que no se horroriza de que el «Mein Kampf» de Hitler o los abominables «Protocolos de los sabios de Sión» sean best-sellers en el mundo árabe. El que repite los viejos tópicos demonizadores de los judíos, especialmente desde planteamientos intelectuales. El que se enamora de la épica totalitaria del terrorismo palestino y, llevado de un antiamericanismo patológico, se inhibe ante el peligro del integrismo islámico. El que ha encontrado, en la excusa de Israel, un nuevo paraguas donde canalizar un viejo demonio. Acabo, pues, con esta convicción. El rompecabezas del antisemitismo se está armando de nuevo. Estas son las piezas: Primera pieza: el subconsciente europeo, resistente a las lecciones de la historia e inmune a las vacunas que intentan matar definitivamente el virus antisemita. Europa se ha librado de su piel judía, pero no lo ha hecho de su viejo odio. Segunda pieza: un neo-catolicismo populista, más o menos extremo, que también se asienta en una base judeofoba. Tercera pieza: un pensamiento de izquierdas que, sin haber hecho las paces con su pasado totalitario, se enamora de nuevas épicas también totalitarias. Asienta, así, las bases del antisemitismo más peligroso, porqué la izquierda le da prestigio, le da cobertura intelectual y lo arma ideológicamente. Cuarta pieza: el antiamericanismo europeo, derivado del doble complejo que arrastra Europa. Un gran complejo de superioridad, no en vano es la cuna de la modernidad; y un enorme complejo de inferioridad, puesto que es incapaz de resolver ni una sola de sus propias tragedias. Por supuesto, el antiamericanismo es, por definición, antisionista. Quinta pieza: el integrismo islámico, ideología totalitaria y nihilista, claramente enemiga de la modernidad, y cuya base fundacional es el antisemitismo. Cabe decir que el hecho de que 1.200 millones de musulmanes vivan en tiranías teocráticas, no facilita para nada la lucha contra la judeofobia. Territorio común, pues, de más de un dogmatismo maniqueo, la judeofobia actual encuentra nuevos camuflajes, crece y se asienta. Hoy, aquí, ante la Unesco, amparada por ese ejemplo de heroicidad, tenacidad y dignidad que es el Centro Simon Wiesenthal, acuso a la izquierda europea, mi izquierda, de ser la cobertura intelectual del nuevo antisemitismo que existe en Europa. UNA IZQUIERDA QUE SE TRAICIONA A SÍ MISMA, TRAICIONANDO A LA DEMOCRACIA. Nuevamente en Europa ser judío empieza a ser difícil. Y eso que la Europa más europea que ha existido nunca ha sido la Europa judía. Nuestra tendencia al suicidio es, desgraciadamente, patológica. Lo denuncio porqué soy europea. Y, como tal, me siento judía ante el antisemitismo, única posición moral que redime a un europeo de su pasado de vergüenza.
Gracias por invitarme.
Shalom

Pilar Rahola : Conf. Unesco sobre la Tolerancia. Paris

11 comentarios to “EL ANTISIONISMO ES EL SOCIALISMO DE LOS IMBÉCILES”

  1. Me alegra verte otra vez escribiendo por el blog! Bajur tov

    Confio en que nuestra compañera del AS nen breve siga tu camino

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  2. Bienvenido de nuevo Bajurtov!
    Comparto con Tersites el deseo de ver por aquí lo antes posible a la amiga del AS 1944 que todavía está convaleciente.

    Ánimo a los dos y un abrazo!

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  3. El sionismo, la arrogancia del estado de Israel y su extrema crueldad, son el fermento de la judeofobia.

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  4. ¡Ya! Y ni el fanatismo religioso musulmán, ni el servilismo ideológico izmierdoso y su carencia de espiritu crítico ni los petrodolares tienen nada que ver con ella.
    Te equivocas Eugenio, el fermento de la judeofobia y tu eres un buen ejemplo es la estupidez unida a la ignorancia. Frecuentemente además se añade la envidia y y el odio de los holgazanes a los que son superiores a ellos

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  5. Raza superior, pueblo elegido… ¿Adónde iremos? ¡Ya! iremos a la próxima guerra mundial!! Para eso existe Israel y su psicosis guerrerista, ¿no? ¡Schalom! o debo decir ¡»Sig heil! Heil, Hitler!»?

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  6. Con que vayas al psiquiatra y digas ¿Me dá hora por favor? Es suficiente
    ¡Gilipollas!

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  7. No se puede polemizar contigo porque eres tan cretino que eres incapaz de exponer el menor argumento, te limitas a rebuznar frases hechas que no tienen que ver con lo que se ha expuesto.

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  8. ¡Ya podrás! Meterte con subnormales como yo, si fuese mas hombre te pegaría, pero que sepas que te odio, te odio y te odio.

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  9. Lo siento, pero has perdido toda la razon que tenias al nombrar a Hitler

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  10. ¿Tiene razón un majadero que acusa de crueldad al Estado de Israel? ¿A donde van los okupas a refugiarse para salvar la vida cuando sus queridos hermanos les cazan por las calles como hizo Hamás con Fatá? ¿A donde van a curarse? ¡A Israel!

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