Había estado en Afganistán y en Pakistán en 2010 y 2011 y había intentado ingresar en el ejército francés, sin éxito debido a sus antecedentes judiciales. Viendo los hechos y su corta biografía, Mohamed Merah aparece como un gran adolescente, un chico, ocioso, perdido, de corazón afectuoso, según sus allegados, pero cuyos pensamientos estaban turbados, perturbados, y particularmente incoherentes, como ha quedado de manifiesto en el transcurso de las largas horas de dialogo con las fuerzas del orden durante su asedio. Estaba un poco equilibrado, provocador, asesino asumido, sin ser suicidario. Quería “darle una lección a Francia”.
El problema de Mohamed Merah no era ni la religión ni la política. Era un ciudadano francés frustrado por no encontrar su lugar, su dignidad y el sentido de su vida en su país. Eso lo llevó a encontrar dos causas políticas para expresar su despecho: los pueblos afgano y palestino. Él ataca a uno símbolos, el ejército, y mata a judíos, cristianos y musulmanes sin distinción. Expresa el pensamiento político de un joven adulto desconcertado que no está impregnado ni por los valores del islam ni por pensamientos racistas o antisemitas. Joven, desorientado, Mohamed Merah ha disparado sobre unas referencias que tenían sobre todo la fuerza de su sentido y su visibilidad. Ni más ni menos. Un pobre chico, sin duda culpable y condenable, sin lugar a duda, aunque él mismo fue la víctima de un orden social que ya lo había condenado, a él y a millones más como él, a la marginalidad, al no reconocimiento de su estatus de ciudadano con igualdad de derechos y de oportunidades. Mohamed, con un nombre tan caracterizado, fue un ciudadano francés salido de la inmigración antes de convertirse en un terrorista de origen inmigrante. Su destino fue muy tempramente encadenado a la percepción que se tenía de sus orígenes. En la provocación, ha cerrado el círculo: se ha perdido en esa imagen, tan deformada como degradante, para convertirse en el “otro” definitivo. Para los franceses de Francia, ya no hay nada de francés en el árabo-musulmán Mohamed.
No debemos excusar sus actos. Esperemos que sin embargo Francia aprenda una lección que Mohamed Merah no tenía ni la intención ni los medios de darle: él era francés, al igual que todas sus víctimas, y se sintió sistemáticamente confrontado a sus orígenes por su color y a su religión por su nombre. La inmensa mayoría de los Mohamed, de las Fatima o de los Ahmed de los barrios son franceses y lo que quieren es la igualdad, la dignidad, la seguridad, un trabajo y una casa. Están cultural y religiosamente integrados y su problema es ante todo de naturaleza social y económica. La historia de Mohamed Merah pone a Francia frente al espejo: Mohamed acaba yihadista sin verdadera convicción después de haber sido un ciudadano sin verdadera dignidad. Esto no justifica nada, pero es ahí donde se esconde una enseñanza crucial….”.