Diario ABC
Una de las bases de la justicia es la intransigencia de la memoria. Una inclinación obstinada a que los hechos no se deben perder y a no aceptarlos según se caen de las manos de la generación precedente. La memoria es un nivel necesario de la propia justicia.
Estas líneas, surgidas a propósito de Pascua pretenden confrontar el olvido colectivo que constituye una parte substancial, precisamente, de nuestra identidad colectiva. Y es que la Pascua es, llamativamente, un momento reiterado y buscado dentro de la epopeya de Colón, que en parte es la epopeya de nuestro propio país, pues él mismo escogió estas fechas de abril, en 1493, hace 521 años, para presentar a los Reyes Católicos en Barcelona el éxito de su primer viaje a las Indias por la ruta marítima de Occidente y, un año antes, en esas mismas fechas, firmaba las capitulaciones llamadas de Santa Fe con esos Monarcas.

Entorno a ese acontecimiento hay una verdad que no se ha destacado suficientemente y es que el logro colectivo más importante de la España de las tres religiones fuera sin duda el descubrimiento de América.
Nuestra arraigada tendencia histórica al conflicto civil y a la intolerancia ha propiciado que el logro de aquella España irrepetida, apareciese dibujado como la primera consecución de una supuesta España nueva y mutilada, donde el elemento judío había sido aparentemente erradicado.
Si hay algo que llama la atención es que el descubrimiento y la expedición a Occidente fue una operación enormemente compleja, enormemente cara que puso en tensión todas las posibilidades técnicas, científicas, financieras y políticas de las sociedades hispánicas. No fue tanto la inquieta y genial amargura de Colón y sus años de infatigable obsesión las que posibilitaron el viaje, como la complejísima y dinámica situación de la sociedad de Castilla y de Aragón, y sin restarle protagonismo a Castilla es evidente que colectivos muy importantes de Aragón y personalidades de ese Reino fueron fundamentales en el viaje, hasta el punto de que este jamás habría sucedido, como ahora veremos.
La vinculación de los judíos hispanos con la cultura del mar es, sin duda, una singularidad sefardí. Don Jehudano (Jehuda de Valencia) tesorero de Jaime I era el mayor experto de su tiempo en la preparación de flotas, incluso la rica comunidad judía a sus expensas armó y manejó dos galeras. Juceff Haquin, judío de Barcelona, fue famoso por haber navegado todo el mundo conocido, como refiere el propio rey Jaime III (Mallorca). El mestre Jaime de Mallorca escogido por el Infante Enrique el Navegante (tercer hijo de Juan I) para que coordinara su centro de cartografía en Sagres no es otro que Jehuda Cresques, converso, descendiente de una dinastía de excelentes cartógrafos judíos de la escuela Mallorquina.
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