PRAKASH MATHEMA
Ahora ha sido Nepal. Más de cinco mil muertos por el terremoto. Y en algunas bocas escuchamos lo de siempre, la pregunta de la ignorancia bienintencionada: “¿Por qué las desgracias se ceban siempre con los más pobres?”. Y no es así. Las desgracias que provoca la naturaleza destrozan a quienes viven en los lugares en los que no se han hecho las cosas como debieran hacerse en todos lados.
POR: Melchor Miralles
El mismo terremoto en un país desarrollado, en el que las construcciones se hubieran hecho como mandan los cánones en las zonas de riesgo, y en las demás, no hubiera dejado el saldo terrible que ha generado. Siempre es lo mismo. Cada imagen, cada video, me retrotrae a Haití. Y a tantos otros lugares donde han vivido el drama.
Y como en algunos he estado, y lo he vivido, supongo que en Nepal ha ocurrido como en tantos otros lugares. Habrán aterrizado miles de ONG, centenares de personas dispuestas a ayudar. La inmensa mayoría con el alma limpia y el corazón inmenso. Entregando hasta el último suspiro por quienes lo necesitaban. Pero pasarán unos pocos meses y allí se quedarán unos pocos. Y por el camino también se habrá distraído dinero y ayuda material.
Hasta las tragedias hacen aflorar la golfería. Entre la inmensa mayoría que se entregan en la ayuda se mezclan los canallas que quieren sacar tajada hasta a los cadáveres. Ocurrió en Haití. Ocurre seguro en Nepal. Y sucederá en los nepales que quedan. Es la condición humana. La de quienes no se molestan en prevenir la desgracia y la de quienes se aprovechan del horror para su trinque. Lo peor de la especie junto a lo mejor, los nadie del gran Galeano que nos ha dejado.
Adnan Abidi
POR: Gerardo Cabrera Campos
El clamor de la espera
Siempre, las entidades afines a la gestión de riesgos y a la defensa civil dicen que no hay zona segura ante los desastres naturales. Que pasó y ahora solo queda reconstruir y levantar escombros para ver si hay algún sobreviviente. La vida parece tan sencilla que los que estamos tras la televisión solo atinamos a lamentarnos, comentar cosillas fútiles e incluso aprovechar esa coyuntura mundial para hacer cierto reportaje local sobre el tema.
Eso mismo hice. “El 95% de la construcciones es una trampa mortal para la población”, titulé. Al siguiente día, un incendio consumía más de 250 puestos de venta en un mercado de Sullana, una ciudad aledaña a Piura, sitio desde donde escribo este textín. Las autoridades hablan de prevención, de la responsabilidad del mismo ciudadano al momento de construir sus casas. El titular fue: “Cuatro distritos de la provincia concentran unas 45 zonas muy críticas ante incendios”.
¿Cuándo estaremos preparados? ¿Cuándo la prevención será una situación que evite más de 5000 fallecidos? Un compañero de la redacción me dice que lo único por lo que estamos prevenidos es la guerra, como pasa en Medio Oriente. Pero ocurren los “milagros”, según titula la prensa internacional. Un bebé aparece entre el polvo, la miseria y el escándalo de una ciudad venida prácticamente a nada. Las portadas del mundo entero ahí están: el bebé ojos abierto.
Y eso es, entonces. Un clamor de la espera, de la espera por algo inaudito. Ni qué prevención, la sociedad es capaz de reconstruirse desde el punto que sea. Solo necesita alicientes, momentos.