
Aunque no comulgues con un credo religioso ni te identifiques con etnia alguna, la visita al cementerio judío de Gotemburgo en Frigagatan no deja indiferente. En realidad infunde tristeza y da que pensar.
A mi modesto saber y entender, el judaísmo se define bien por una fe y una práctica religiosas, bien por unas tradiciones socio-culturales, o incluso por la convicción más o menos simbólica de ser descendientes de un milenario tronco común, de una etnia originaria. Conviene añadir que esta idea de una identidad genética ha sido históricamente corregida y muchos judíos ya no la comparten.

Por desgracia, numerosos europeos a lo largo de la historia, y sobre todo en la Europa de los años treinta, descubrieron su supuesta identidad genética por las leyes racistas que se les imponían. Para colmo se encontraron con la amarga sorpresa de unos conciudadanos que les estigmatizaban, les obligaban a vivir en guetos y con monótona periodicidad les expoliaban por ser judíos.
Un lugar que hace pensar
Su viejo cementerio te hace pensar en aquellos que lo fundaron al ser acogidos en Suecia hace siglos o decenios. Para ello es irrelevante que aquellas familias descendiesen o no de los que fueron expulsados de Jerusalén por el emperador Tito en el año 70 de nuestra era.
El cementerio lo había divisado a veces desde el tren, otras desde lo alto de la autopista E6 al salir de la ciudad, rodeado por aparcamientos, por las vías de la estación central y por el tráfico de una avenida aledaña, como un territorio acorralado, como un espacio de memoria y duelo en decadencia.

Desde 1792 en que se obtuvo la concesión, las familias de judíos suecos, muchas de ellas bien conocidas por su contribución al progreso de esta ciudad y de este país, se hacían sepultar en este terreno.
El tiempo ha borrado fechas y nombres de los que murieron en el siglo XVIII y en los comienzos del XIX.

No obstante aún siguen sin borrarse los apellidos, entre otros, de los Abramson oAbrahamson, los Wolff, los Simon, los Jonason, los Judelowsky, los Lapidus, los Koch, los Löwenthal, los Levisson, los Leman, los Fürstenberg, los Heyman, los Henriques, los Meyer, los Magnus o los Mannheimer (a esta familia pertenece la última sepultura de este cementerio, la más reciente, que data ya del año 2004).
La capilla, de estilo morisco-sefardita, como las sinagogas españolas, se construyó en 1864 y ha sido restaurada hace siete años.

En 1775 firmó el rey Gustavo III la autorización a familias judías procedentes de Alemania para instalarse en la región de Gotemburgo. Llegaron en 1779 a la isla de Martstrand y se mudaron en 1805 a la ciudad, donde ya se había autorizado la residencia desde 1780 del alemánDavid Abraham y su familia. En Estocolmo la comunidad judía se constituyó desde 1774.
El crecimiento de Gotemburgo se vio favorecido por la acción de aquellas familias que invertían parte de las ganancias de su laboriosidad artesanal o profesional, comercial e industrial, en mecenazgos de carácter cultural y educativo: museo, teatro, periódicos, bibliotecas, sala de conciertos, escuela de bellas artes.

En 1870 los judíos de Suecia obtuvieron los mismos derechos que todos los ciudadanos suecos.
La prosperidad y la equiparación de los suecos de identidad judía produjo un efecto de llamada entre 1895 y 1905 en las comunidades judías de Rusia, Polonia y países bálticos, que se refugiaban en Suecia escapando de las frecuentes persecuciones y prógromos de fines del siglo XIX que preludiaban el antisemitismo homicida de la Alemania de los años 30 y de otros regímenes fascistas de entonces.
La llegada de los “autobuses blancos” de la Cruz Roja en 1945 con supervivientes del Holocausto engrosó la comunidad judía en Suecia, como siguió ocurriendo en 1956 desde Hungría y en 1969 desde Polonia, pues tras el fracaso de los levantamientos contra la ocupación comunista muchos judíos emigraron a Suecia, escapando del antisemitismo en países soviéticos.

En 1915 se estableció otro cementerio judío en el Cementerio del Este en el barrio de Kålltorp.
Del pasado al hoy
Pero la decadencia del viejo cementerio me lleva a otras reflexiones, ahora, por desgracia, motivadas no por la contemplación del deterioro de unas viejas tumbas sino por la aparición de un nuevo antisemitismo en Suecia, que denunciaba hace poco un editorial del periódico Göteborgs-Posten.
Seamos de la creencia que seamos o de ninguna, y nos atribuyamos o no unos orígenes étnicos más o menos ancestrales, todos nos parecemos y mucho más cuando morimos, así como nuestros camposantos. Si nuestros nombres se disuelven sobre la piedra de las lápidas cuánto más nuestras ideas, nuestra etnia o nuestra confesión.

Todas las tumbas son en definitiva semejantes

Los nuevos antisemitas
No obstante, tras algo más de dos siglos de ciudadanía sueca y de relativa paz (pues los grupúsculos nazistoides han seguido haciéndose notar), los suecos judíos han empezado a sentir nuevos acosos. Esta vez no de los fanáticos de una supuesta superioridad aria, sino de jóvenes suecos oriundos de países de confesión islámica que están desmintiendo las esperanzas de integración que sus familias abrigaban para ellos cuando fueron acogidas en Suecia (el 15 % de la población es de origen foráneo).
El caso que parece más preocupante es el de la región de Malmö, la más “multicultural” de Suecia, que cuenta, según cifras de su mezquita (pues el gobierno sueco no recoge datos confesionales ni étnicos) con unos cien mil oriundos de países musulmanes (casi la tercera parte de todos los de Suecia) con al menos 45.000 habitantes vinculados al culto islámico. La congregación de confesión judía de la misma región sólo reúne a 800 judíos en torno a su sinagoga, de los alrededor de dos mil que, según estimaciones recientes, se pueden considerar como judíos suecos en Malmö.
A pesar del diálogo entre los representantes de la comunidad judía y el Consejo Islámico, con sus llamadas a la cordura, y no obstante el cambio de alcalde en las últimas elecciones (el anterior echaba la culpa a la minoría judía de hacerse agredir), en 2012 se produjeron 66 ataques criminales antisemitas en Malmö (multiplicando por tres los de 2011), contra 31 en Estocolmo aunque la capital de la nación triplique en población a la capital regional del sur de Suecia.
Las cifras son oficiales.
Resultado: hay familias suecas que, por pertenecer a la comunidad judía, se están viendo empujadas a dejar la ciudad en la que, ellos y sus antecesores, nacieron y crecieron como ciudadanos de un país tolerante, para ir en busca de lugares donde los grupos de jóvenes islamistas radicales suecos (que parecen considerarse mejores musulmanes que sus propios padres) no les amenacen a ellos y a sus hijos.
¿Run for your lives?
Algunas raposas o conejos han excavado sus madrigueras en las tumbas de este declinante cementerio judío acorralado entre trenes y autopistas.

Mientras tanto, en el centro de Gotemburgo se puede ver desde hace varios meses un cartel de apología de los dos islamistas que atentaron contra una multitud pacífica en Boston (los hermanos Tsarnajev).
Está pegado a un registro de la electricidad, junto al café Berlín, justo en la esquina de una de las avenidas por donde pasa habitualmente la media maratón de la ciudad. Llama la atención su leyenda: Run for your lives.
¿A quién se dirige esta exhortación ambivalente?

Hace poco más de una semana la prensa sueca informaba de que que, reclutados por los Svenska Mujahedeen Fi Ash-Sham, cinco jóvenes musulmanes suecos naturales de Gotemburgo, estudiantes de instituto o de ingeniería, se habían hecho matar recientemente en Siria, explotando como mártires suicidas o combatiendo con grupos afines a Al-Qaida.
Creíamos que en Europa nuestros viejos demonios del odio de raíz religiosa o étnica se habían extinguido, que nuestras democracias habían aprendido de las lecciones del pasado.
Por desgracia, aunque los signos precursores sean aún minoritarios y circunscritos, las lecciones que se derivan de la historia secular del antisemitismo, y lo que está ocurriendo en una dimensión global, aconsejarían que Europa no baje la guardia y que, al mismo tiempo, dedique su solidaridad y su creatividad a evitar que haya jóvenes que reincidan en la barbarie de sus mayores.
Pienso que nos va en ello el futuro de los mejores logros de nuestra civilización.

Enviado por nuestra amiga Chelita.
FUENTE: http://ensondeluz.com/2013/08/18/cementerio-judio-en-gotemburgo-decadencia-y-presentimientos/
