Irán: mejor sin acuerdo que un mal acuerdo

por edwin2295

Por: JOSÉ MARÍA AZNAR

Casi todos los líderes occidentales coinciden en decir, acerca del programa nuclear iraní: “Que no haya acuerdo es mejor que un mal acuerdo”. Por desgracia, la retórica no concuerda con la realidad. Hemos descubierto que hay cartas secretas en las que se suplica a Irán que llegue a un compromiso; sabemos del ansia en el mundo empresarial por normalizar las relaciones con el régimen de los ayatolás, y podemos notar la necesidad psicológica de los políticos por tachar a Irán de su lista y considerarlo un problema resuelto.

Aun así, un mal acuerdo es un mal acuerdo. La fecha límite del 24 de noviembre ha pasado sin que haya habido un cambio significativo en las exigencias de Irán ni una actitud más cooperadora por su parte. Pese a ello, los países occidentales, encabezados por la Administración estadounidense, han prorrogado las conversaciones hasta el verano que viene. En nuestro afán por seguir el juego a los iraníes, creo que vamos camino de firmar un muy mal acuerdo con ellos.

Cuando, hace más de una década, se descubrieron las iniciativas nucleares clandestinas iraníes y su posible aplicación militar, la comunidad internacional instó –a través de una serie de resoluciones de Naciones Unidas– a un total desmantelamiento de la capacidad de Irán para enriquecer uranio. Durante el pasado año y medio ese objetivo ha sido abandonado por los negociadores occidentales, y a Irán se le ha garantizado el derecho a enriquecer.

Así que ahora las conversaciones sobre la cuestión nuclear se refieren a qué nivel de enriquecimiento se va a permitir y a cuántas centrifugadoras van a poder seguir funcionando. Esos tecnicismos no deberían cegarnos respecto a una verdad fundamental: tras cualquier concesión en este ámbito, Irán será, virtualmente, una potencia nuclear. Será capaz de producir uranio poco enriquecido y contará con las infraestructuras necesarias para pasar a un enriquecimiento de nivel militar cuando sus dirigentes así lo decidan.

Cuando, hace diez años, comenzaron las primeras negociaciones, Irán no tenía capacidad operativa para construir una bomba. Ahora cuenta con todos los conocimientos, componentes e infraestructuras para producir material fisible y probar sistemas de lanzamiento del mismo, así como los conocimientos técnicos necesarios para controlar su adaptación a usos armamentísticos.

Al intentar con tanto ahínco quitar de en medio la cuestión nuclear para poder normalizar las relaciones con Teherán y que Irán pueda reintegrarse a los círculos internacionales, estamos empezando la casa por el tejado. Supone un cambio radical desde la revolución iraní de 1979, cuando la República Islámica fue calificada de Estado patrocinador del terrorismo y se la consideró una potencia revolucionaria que pretendía alterar el orden mundial.

Evidentemente, a todo el mundo le gustaría tener un Irán normal, que respetara las normas internacionales y cooperara con otras naciones. Pero lo cierto es que sigue siendo la República Islámica, con todas las ambiciones de una potencia regional hegemónica. Su historial en lo que respecta a los derechos humanos, con una ejecución cada siete horas, es deplorable. Sus vínculos con grupos como las organizaciones terroristas Hamás y Hezbolá, a quienes proporciona armas, dinero y asesores, son más fuertes que nunca. Y su apoyo a regímenes sanguinarios, como el sirio, o a Gobiernos sectarios, como el de Irak, ha generado más problemas e inestabilidad que soluciones.

La República Islámica está presente y tiene influencia en el Líbano, Siria, Yemen e Irak, y ha pagado un precio muy bajo por expandir su poder. De hecho, los ayatolás han conservado lo que más deseaban, su capacidad para enriquecer uranio.

Puede que el presidente iraní, Hasán Ruhaní, presente un rostro sonriente, incluso que esté genuinamente interesado en realizar algunas reformas, pero el auténtico hombre fuerte, el Líder Supremo Said Alí Jamenei, está personalmente comprometido con la visión anticipada hace tres décadas por el ayatolá Ruholá Jomeini: un Gobierno persa, chií, revolucionario y teocrático (y despiadado). Creer que hacer grandes concesiones reforzará a los denominados moderadosiraníes sigue siendo algo tan ilusorio como lo era hace años. Los que saldrían reforzados de un acuerdo nuclear serían Jamenei y la Guardia Revolucionaria; el pueblo iraní seguiría bajo el régimen opresor durante años. No es una propuesta moralmente fácil de aceptar para un demócrata.

Por último, Irán ha estado engañando desde el principio. Desarrolló un programa nuclear clandestino, algo que sólo admitió años después de que lo revelaran disidentes iraníes en 2002. Doce años después, el último informe del Organismo Internacional de Energía Atómica, la entidad de Naciones Unidas responsable de supervisar esta cuestión, muestra que Irán sigue ocultando aspectos fundamentales de su programa nuclear.

¿Acaso creemos que, de pronto, Irán va a convertirse en un régimen transparente y dispuesto a someterse a verificación? Si los líderes de Teherán tienen algún interés en alcanzar un acuerdo es porque se han visto obligados a considerarlo. Las sanciones económicas se habían vuelto demasiado costosas para la supervivencia de los propios líderes. Algunos instan ahora a Occidente a que sea más flexible respecto a dichas sanciones, después de que el año pasado ya se levantaran algunas de ellas como recompensa a Irán por su disposición a dialogar con nosotros. Pero las concesiones no harán sino reforzar a los radicales de Teherán, que creen que Occidente se está limitando a decidir entre el apaciguamiento y la total capitulación.

Así que ahora llega otra ronda de conversaciones con Irán sobre la cuestión nuclear. Deberíamos hacer caso al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, cuando dice: “No hay que precipitarse a un acuerdo que permitirá a Irán precipitarse hacia la bomba”. Una república islámica chií con armas nucleares en un Oriente Medio ya inestable tendría funestas repercusiones en todo el mundo. No es momento de hacer concesiones, sino de presionar más a los ayatolás.

Fuente: The Wall Street Journal

2 comentarios to “Irán: mejor sin acuerdo que un mal acuerdo”

  1. Pido mil perdones por la hora, ya es el SHABBAT, pero quiero contar algo: un grupo de diputados de este puto país viajó a «palestina» a rendir homenaje a arafat en el aniversario de su muerte.Si les interesa, tengo los nombres. Saludos isabel duarte

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