La dictadura también torturaba en la guerra de las Malvinas

por bajurtov

Los mandos militares argentinos enviados a la contienda cometieron todo tipo de abusos y violencias contra los soldados a sus órdenes

CARMEN DE CARLOS / CORRESPONSAL EN BUENOS AIRES
Día 01/04/2012

El 19 o el 20 de mayo, no está muy seguro de la fecha, el soldado Segundino Riquelme cayó muerto de inanición. Ese día, Óscar Núñez, de 19 años, se prometió a sí mismo que no correría la misma suerte.Aguantó lo que pudo, pero poco después, famélico y «con otros dos compañeros, matamos una oveja. Teníamos hambre. Lo hicimos para comer», recuerda. La mala fortuna hizo que se cruzara en su camino el subteniente Malacalza. «Ordenó que nos quitaran los cordones de los borceguíes. Nos pusieron con los brazos y las piernas abiertos en cruz, mirando al cielo, y nos ataron con sogas a cuatro estacas… Como Cristo en la cruz, pero en la tierra», recuerda. En esa posición, inmóviles, permanecieron «durante ocho horas».

Un golpe de suerte, posiblemente el único que tuvo en las Malvinas, hizo que el sargento Guillermo Inzaurralde les descubriera. «Nos salvó la vida. Dio la orden de que nos liberasen. Lo hizo sabiendo que era un acto de insubordinación contra un superior, pero no le importó. Nos miraba y repetía: “No puede ser, esto no puede ser”».

Óscar y los otros dos soldados —todos de 18 y 19 años— no podían mantenerse derechos, «estábamos empapados, semicongelados. Nos tuvieron que levantar, cubrirnos con mantas y encender un fuego para que entrásemos en calor hasta poder movernos solos».

Las penurias propias de una guerra en las Malvinas se multiplicaron por el abuso de poder de los mandos enviados por la dictadura militar (1976-83). «Lo mismo que hacían en el continente se repetía en las islas», recuerda Núñez. Al principio el hombre creyó que «los únicos “estacados” éramos nosotros». Bastó que comentara su experiencia para que empezara a oír casos similares. «Veinticinco años después nos unimos y presentamos la denuncia en la Justicia». Hoy buscan que la Corte Suprema declare aquellos delitos de lesa humanidad, «para que gente como Malacalza no pueda librarse de su responsabilidad porque ahora podrían considerarse prescritos».

La de las Malvinas no fue una guerra más. Ni siquiera se declaró formalmente. En el bando argentino murieron 649 personas; si la cifra oficial es correcta, 1.068 quedaron heridos y 11.313 pasaron a ser prisioneros de los británicos. En rigor, fue un alivio porque «el trato que nos dispensaron —a ellos y a la mayoría— fue extremadamente correcto», recuerda Óscar.

Con el transcurrir de los años, se han ido conociendo los horrores de argentinos contra argentinos. Alberto Ismael Fernández, soldado de la Primera Brigada Aérea del Palomar, «debió enterrarse a sí mismo hasta el cuello y permanecer durante veinticuatro horas en las finas y gélidas arenas de Malvinas». Su historia la reproduce Natasha Niebieskikwiat en el libro «Lágrimas de hielo», una crónica exhaustiva de las desgracias y suplicios que sufrieron los soldados que fueron como ovejas al matadero, pero a una guerra. «Las denuncias de abusos y malos tratos ascienden a 120. La mayoría —explica la autora del libro— son de estaqueados».

Suicidios

Ese castigo, como sufrió en carne propia Óscar Núñez, conmueve hoy a la sociedad argentina. También un dato escalofriante, los suicidios de 450 soldados después de la guerra. «El de Eduardo Adrián ,“Tachi” Paz, que se arrojó al vacío desde el monumento a la bandera de la ciudad de Rosario —recuerda la periodista y escritora— fue de los más espectaculares y conmovedores».

El número de suicidios, registrado por los centros de veteranos, es superior a las bajas en combate en las islas, sin contar los 323 tripulantes del «General Belgrano», el buque de guerra que Margaret Thatcher ordenó hundir pese a estar fuera de la zona de exclusión que ella misma había establecido. Andrew Graham-Yool, ex director del «Buenos Aires Herald», lamenta que todavía «no haya un discurso oficial que explique lo sucedido después de 1982. Sería deseable que se abriera un debate».

El exsubsecretario de Derechos Humanos de la provincia de Corrientes, Pablo Vassel, ofreció el testimonio de 23 reclutas, incluido el de «un soldado asesinado por un superior, cuatro muertos de hambre y quince denuncias de estaqueamientos» para redondear una secuencia de denuncias que fueron de Tierra del Fuego a Buenos Aires.

Muertos de inanición

Natasha Niebieskikwiat, primera periodista argentina en pisar el archipiélago del Atlántico Sur después de la guerra, apunta que «hay setenta oficiales y suboficiales imputados por abusos, y hasta un muerto por la propia tropa». «Lo más grave —reflexiona— no eran los estacamientos, enterrarles vivos hasta el cuello o las tremendas palizas que recibieron. Lo peor era que no les daban de comer».

A las islas Malvinas fueron catorce mil militares. «No existe un censo riguroso del número de judíos desplazados», observa Hernán Dobry, autor de «Los rabinos de Malvinas». «La guerra fue inaudita, improvisada y una contradicción constante», analiza. Como ejemplo, recuerda que «el único rabino que tenía que ir a las islas se quedó en la Patagonia esperando su traslado. En ninguna otra guerra en el mundo se había considerado enviar a un rabino para consuelo espiritual. Únicamente se desplazaban los capellanes castrenses».

Simultáneamente, en el campo de batalla «judío y argentino eran antónimos. Ser judío equivalía a pasarlo mucho peor que los demás». La xenofobia era moneda corriente en el campo de batalla.

También el «cortar por lo sano» frente a cualquier adversidad. «Teníamos terror de que nos amputaran las piernas. Por eso muchos ocultaban su problema de pie de trinchera (inflamado como una bota y necrosado). Si ellos determinaban que había que cortar, cortaban y punto. No había discusión sobre si era lo que debían hacer clínicamente o no. De ese modo, muchos perdieron las dos piernas», relata Rubén Rada, presidente del Centro de Excombatientes de Rosario. Según datos oficiales, en el Ejército contabilizaron 245 casos de pie de trinchera, el 90 por ciento eran de soldados, de aquellos que nacieron en 1962 o 1963, las quintas que les tocó hacer mili haciendo la guerra.

En las Malvinas, un archipiélago a 550 kilómetros de la costa argentina, hubo de todo, y poco bueno. Con fríos polares y sobre terreno húmedo, la tropa no tenía recambio de ropa y algunos hasta llegaron con pertrechos de climas tórridos como los de Corrientes o El Chaco. Las historias negras de la guerra son de todos los colores: «Están el soldado al que pasearon con una correa al cuello como un perro, los simulacros de fusilamientos, los cigarrillos apagados sobre el cuerpo, la necesidad de ingerir su propia orina porque no tenían agua y la certeza de que buena parte del material se había oxidado o venía obsoleto», apunta Natasha Niebiskikwiat. «No solo fueron maltratados los soldados —reflexiona—; la sociedad, con una venda en los ojos, también». Pero eso es otra historia.

3 comentarios to “La dictadura también torturaba en la guerra de las Malvinas”

  1. En mi humilde opinión, creo que esto es el resultado de que una salvaje dictadura mandase a parte de su juventud -en mi modesta opinión poco preparada (en comparación con los piratas ingleses)- a combatir contra un ejército, aunque invasor y usurpador de TIERRA 100% ARGENTINA, mucho más poderoso que el argentino (además de luchar por parte argentina en condiciones de neta inferioridad de armamento, de logística y de todo en general).
    Por otro lado, el trato que la Junta Militar Argentina tuvo con sus soldados ARGENTINO-JUDIOS no tiene nombre! Detestable e incomprensible, a la par que ESTÚPIDO!
    Hay que ser muy imbécil para «tirar piedras contra tu propio tejado» y putear en general a tus propios soldados (además de putear especialmente a tus soldados hebreos -ARGENTINOS al 100%- que dejaron su sangre en las Malvinas).
    Creo que el autor de la entrada, nuestro «compi» y «boss» Bajur, podrá explicar esto MUCHISIMO mejor que yo y además, en primera persona.

    Un abrazo, hermano Bajur y siempre:

    ¡LAS MALVINAS ARGENTINAS!

    PD: Algún día, Argentina «tendrá que agradecer» -como de verdad se merece- a su vecino, la Chile del genocida Pinochet, que cada vez que despegaba un caza argentino desde la Argentina continental en misión hacia las Malvinas, los radares chilenos los detetectaban y automáticamente lo reportaban a London. Los réditos de tal «lamida de culo» por parte de la dictadura del sátrapa chileno a la vieja chocha inglesa se dieron cuando «Pinocho» fue detenido temporalmente en London por una orden de extradición por «crímenes de lesa humanidad» cursada por el juez español Garzón; orden que «misteriosamente», y contraviniendo toda la jurisprudencia y todo el derecho internacional, quedó desestimada por la justicia inglesa.

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  2. Suscribo tus palabras amigo Suso

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  3. El peor enemigo de los conscriptos judíos no eran los ingleses, sino sus «camaradas», suboficiales y oficiales que los consideraban «soldados de segunda» por su origen.

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