LOS GRUPOS POLITICO-RELIGIOSOS JUDIOS EN EL SIGLO II A EC (los esenios)

por YaakovBcn

Esenios en el baño ritual

Flavio Josefo atestigua que existían ya a mediados del siglo II A.C. y en el siglo I d.C., se calcula su número en unos 4000. Plinio el Viejo escribió que al oeste del Mar Muerto, a cierta distancia de la costa, vivían los esenios: Pueblo solitario, el más extraordinario que exista; sin mujeres, sin hijos, sin dinero, viven en la soledad del desierto. Pero se renuevan continuamente, y los adeptos les llegan en masa… (Cf Historia Natural V,72).

La literatura producida por la comunidad revela la práctica de una severa disciplina interpretando la Ley de una manera aún más exigente que los más exagerados fariseos. Las características más acentuadas del grupo eran la vida comunitaria, fuertemente estructurada, la posesión de bienes en común, su separación de los demás judíos, el celibato, la rectitud moral, la modestia, los baños rituales, las comidas en común y los hábitos blancos.

Su doctrina era típicamente judía: preocupación extrema de pureza obtenida mediante reiterados baños rituales, observancia rigurosa del sábado, estima especial por Moisés.

La secta se consideraba como el verdadero Israel, desempeñando un papel importante en desarraigar el mal hacia el final de una edad, que creían inminente. Esperaban un Mesías Davídico, pero además, un Mesías Sacerdotal que tendría primacía sobre el otro.

En Qumrán se encuentran los restos de un monasterio esenio. Su arquitectura muestra la disposición de los ambientes en función de la vida común (comedor, biblioteca, talleres de trabajo) y la importancia concedida a los ritos de purificación (instalaciones para los baños rituales). Este monasterio fue destruido en el año 68, posiblemente por las tropas romanas que tomaron Jericó. Algunos de los sobrevivientes se unieron a los zelotes de Masada, donde fue encontrado un rollo perteneciente a la comunidad de Qumrán.

Pero también otros muchos hombres sabios y santos elegían el desierto como morada. La soledad ayudaba a la oración y al sacrificio en medio de una vida muy austera. Josefo nos menciona a un maestro suyo: «Habiendo oído hablar de un tal Bannus que vivía en el desierto, contentándose para vestir con lo que le proporcionaban los árboles y para comer con lo que la tierra produce espontáneamente, usando frecuentes abluciones de día y de noche por amor a la pureza, me convertí en émulo suyo» (Autobiografía II, 9-11).

Los evangelios nos relatan que también apareció en el desierto de Judea un hombre llamado Juan. Predicaba con tono severo sobre la trascendencia del momento en que se estaba viviendo.

El se sabía depositario de una misión de parte de Dios para preparar el «Camino del Señor», bautizando e invitando al arrepentimiento. Llamaba a los hombres a cambiar de vida, a emprender un rumbo nuevo. El Reino de Dios estaba cerca, ¿qué hacer, entonces, para prepararse? Practicar la justicia y la misericordia, volverse a Dios. La vida de Juan acabó trágicamente. Era un hombre del desierto que reunía gente en torno suyo; por lo tanto era un peligro potencial: Herodes Antipas tuvo miedo de que aquella fuerza de persuasión los incitase a la revuelta; todos parecían estar dispuestos a hacer cualquier cosa por consejo de ese hombre. Por eso creyó preferible adelantarse a los acontecimientos y suprimirlo antes de que surgiera algún conflicto de parte de Juan, en vez de encontrarse él mismo en apuros si se produjera aquella revuelta y no pudiera ya hacer nada entonces. Víctima de las sospechas de Herodes, Juan fue enviado preso a la fortaleza de Maqueronte y allí fue decapitado (Josefo, Antigüedades XVIII 116-119).

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