Por Enlace Judío México el 14 December 2015
ALICIA DELIBES
El 2 de noviembre de 2004, Mohamed Bouyeri, un holandés de origen marroquí de 26 años, asesinó en plena calle de Amsterdam al cineasta Theo van Gogh. Sobre su cuerpo, pinchada con un cuchillo, el asesino había dejado una carta con una condena a muerte para Ayaan Hirsi Ali. La entonces diputada holandesa había colaborado con el cineasta en la producción de la película Sumisión, con la que se quería denunciar el origen religioso de la violencia y del maltrato que sufren las mujeres musulmanas.
Ayaan Hirsi Ali, nacida en Somalia, había llegado a Holanda en 1992 huyendo de un matrimonio de conveniencia, arreglado por su padre, con un lejano pariente que vivía en Canadá. Entró como refugiada política y, tras licenciarse en Ciencias Políticas, empezó a colaborar, primero, con el Partido Socialdemócrata (PvdA) y, más tarde, con el Partido Liberal (VVD). En 2003 fue elegida diputada al Parlamento holandés con este partido. Desde su escaño se distinguió por su encendida defensa de los derechos de las mujeres musulmanas y sus críticas al multiculturalismo que, en su opinión, lejos de facilitar la integración de los musulmanes, como pretendían hacer creer los socialistas holandeses, les animaba a mantener en sus guetos sus costumbres ancestrales, aunque estuvieran en contradicción con las leyes del país.
La fatwa publicada por los asesinos de Theo van Gogh animó aún más a Hirsi Ali a seguir luchando por los derechos de las mujeres musulmanas, por los valores occidentales y por la libertad. “Después de la muerte de Theo van Gogh, escribía en su libro Yo acuso, estoy más convencida que nunca de que debo hablar y ejercer la crítica a mi manera”.
Sin embargo, esa combatividad de la diputada de origen somalí pronto se convertiría en un problema para las autoridades holandesas. En la primavera del 2006 el Ministerio de Justicia le comunicó que su nacionalidad holandesa quedaba anulada. La razón técnica era que los datos personales dados para obtener la nacionalidad no eran correctos y que, cuando, en 1992, solicitó el asilo político, había faltado a la verdad. La razón real, probablemente, fueron las presiones recibidas por aquellos, entre los que se encontraban políticos de su propio partido, a los que tanta beligerancia e independencia de criterio les resultaba incómoda. De hecho, sus vecinos habían pedido al gobierno en repetidas ocasiones que fuera desalojada de la vivienda que ocupaba, ya que su presencia les causaba inseguridad. Ayaan perdió la nacionalidad holandesa y, con ello, su acta de diputada.
Poco tiempo después, y tras desatarse una importante tormenta política, la nacionalidad le fue restituida. Pero, para entonces, Hirsi Ali ya había decididoemprender una nueva vida en Norteamérica. Más tarde contaría que de aquella historia había aprendido que la política, incluso en las democracias liberales, puede, a veces, ser un juego sucio de clanes contra clanes, de partidos contra partidos o de un candidato contra otro.
Desde entonces, Ayaan Hirsi Ali vive en Estados Unidos. Casada con el historiador británico Niall Ferguson, escribe, da conferencias y participa en cuantos foros reclaman su presencia. Ha creado una fundación (AIAF) para la defensa de los derechos de las mujeres musulmanas. En su lucha por la democratización del mundo musulmán, Hirsi Ali confía más en el poder de las ideas que en el de las armas. Cree en la necesidad de mantener un combate ideológico constante, abierto y decidido en la defensa de los principios liberales y de los valores de la cultura occidental. Exige cambios profundos en la práctica del islam, pero también pide a quienes hemos tenido la suerte de nacer en un mundo libre que defendamos nuestros valores culturales, nuestras creencias religiosas y nuestros principios políticos con convicción.
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